MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

(26/5/24) Dt 4,32-34.39-40; Sal 32;
Rm 8,14-17; Mt 28,16-20.

LA CASA, LA PUERTA Y LA LLAVE

La tradición de la Iglesia ha comparado el misterio de la Santísima Trinidad con las imágenes de “la casa”, “la puerta”, “la llave”. Nos apoyamos en dichas imágenes para ir recreándolas a partir de los rasgos que distinguen a cada una de las Tres Divinas Personas:

LA CASA: Dios es la casa. Una casa viva. Espaciosa. Con muchas moradas. Se adorna con la santidad y, a su vez, la santidad es su perfume. Todo tuvo origen en ella. Es el hogar materno. El útero donde se gesta la vida. La casa es el punto de partida de la creación. Ahí fuimos soñados todos y traídos a la existencia por su Palabra. Nacimos envueltos en pañales de misericordia, y la misericordia también es nuestra cuna. La justicia y el derecho amueblan la casa. Con razón, Moisés invita al pueblo, y nos invita a cada uno de nosotros, a reconocer y a meditar en el corazón que el Señor es el único Dios, y que no hay otro. Él es quien la construyó para que la habitemos y vivamos felices. Sin embargo, hay quienes se atreven a salir de la casa, aunque nunca, por más que ignoren, podrán salir de su divina providencia.

LA PUERTA: Jesucristo, el Hijo de Dios, es la puerta. Él mismo nos lo dice. Sólo hay una. Él fue el primero quien estrenó la casa. La conoce a la perfección en todos los rincones. Por designio amoroso del Padre, su Hijo salió de la casa, sin abandonarla, para buscar a todos y a todas quienes deseen entrar en ella. Él anduvo por los caminos anunciando la dicha de vivir en la mansión de la misericordia. El Señor nos entrenó en el lenguaje, la postura, el desenvolvimiento que ha de tenerse en ella. Nos enseñó a decir “Padre”. Impresiona la desapropiación del Hijo primogénito, porque se goza en compartir la herencia con cada uno de nosotros. En Él somos hijos e hijas adoptivos. Coherederos de la gracia. Una vez regresado a la casa paterna, nos prepara un sitio para estar a su lado. El Señor pone criterios para entrar por la puerta; algunos la miran, la identifican, pero no se deciden a entrar, aunque está siempre abierta. Esta es la puerta a la cual tú no necesitas llamar, es ella que te toca el timbre de la conciencia para recordarte que en casa, todo está listo para ti y te esperan.

LA LLAVE: El Espíritu Santo es la llave. Como recuerda Pablo, “los que se dejen llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios”. Se necesita un entrenamiento, una preparación, unas condiciones para entrar en la casa, atravesando la puerta. El Espíritu es quien nos capacita, nos purifica y santifica para que estemos a gusto, para no desentonar. Él nos pule, nos baña, nos pone elegante con el traje de las virtudes, dones y carismas para servir humildemente. Él es la ruta. Siendo dóciles a sus inspiraciones nunca perderemos la puerta. Nos da luz y entendimiento para comprender el misterio y la gracia que se vive en la casa y qué supone ser familia trinitaria. De nada sirve identificar la llave cierta, si vas a la puerta errada.

Pregúntate en oración: ¿Cuál es tu casa? ¿Has salido de ella? ¿Cuándo piensas retornar? ¿Invitas a los demás que todavía no han entrado? ¿Tú te atreves a ensuciar la casa? ¿La limpias? ¿Qué puertas quieres tocar? ¿Qué puertas se te abren al mismo tiempo? ¿Por dónde piensas entrar? ¿Cuál es la puerta verdadera para ti? ¿Con cuál llave vas a entrar por la puerta? ¿Se te olvidó dónde está la llave? ¿Dónde la dejaste? ¿Tú sabes que andas con la llave encima y las andas buscando?

Dios Padre: un día salí del seno de mi madre, pero nunca he podido salir de tu vientre. Ahí estoy, en tu misericordia, en tu casa amorosa que me sostiene con vida. Que dé valor a tener, en ti, un techo permanente. Que me sepa comportar en la casa común que tú has preparado para nosotros. Dame sabiduría suficiente para no confundir la puerta que he de atravesar, la de tu Hijo. Que no suelte ni pierda la llave, la que me conduce por el camino verdadero, tu Santo Espíritu. Que mi vida, Señor, pueda gritar sin palabras: hermanos, hermanas, ¡aquí está la llave!

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