MEDITACIÓN DE LAS LECTURAS DE HOY

5/6/24 (2Tm 1,1-3.6-12; Sal 122; Mc 12,18-27).

SÉ DE QUIÉN ME HE FIADO

Señor, hoy deseo acoger las enseñanzas de Pablo a Timoteo, y reavivar el don que me has dado. El don del bautismo, la fe, la gracia, el carisma, la unción… para asumir tu seguimiento en este momento de la historia. No me quieres cobarde, vacilante, como esas huellas que procuran caminar al mismo tiempo en dos direcciones. Tú me exiges, Señor, tomar parte de los duros trabajos del evangelio, según la fuerza de Dios.

Entiendo, Señor, que en tu seguimiento, no debo optar por lo más cómodo, sino priorizar aquello que me exige mayor sacrificio y entrega. Cuando renuncie a las muletas, me apoyaré en ti. No será mi fuerza, sino la tuya. A esta altura de la vida, todos los sentidos, y el corazón, me grita el llamado a la vida santa. Porque tú nos quieres santos, no mediocres. Tú, Señor, que destruiste la muerte, serás más de mil veces capaz de destruir mis podredumbres y elevarme a una vida nueva en tu Nombre.

Tú sacaste a la luz, como dice el apóstol, la vida inmortal. Señor, ya no se escucha hablar de la vida eterna, como si los lazos opresores de este mundo nos limitasen la mirada y la visión, y nos encadenaran a una existencia sin futuro ni fe, ni esperanza, sin fundamentos para la caridad. Pero aquí, tu Palabra alienta y anima a conservar el don y a perseverar en el anuncio y la predicación de la auténtica vida que ganamos contigo. Vale el esfuerzo atravesar, por tu causa, la penosa situación del presente. Por esto, en medio del martirio cotidiano, Señor, cuento con el bálsamo de tu presencia consoladora. No quiero construir “puentes” sin tener conciencia del por qué he de atravesarlos.

A ti levanto mis ojos, como dice el salmista. Levanto mis ojos sin dejar de mirar la tierra por donde camino, sin dejar de escuchar los gritos del mundo en guerra y corrupción. Levanto los ojos y abrazo la tierra, porque levanto, Señor, los ojos del corazón, los que te alcanzan y se reposan en tu santo Espíritu. Que esos ojos del alma se fijen en tu promesa. Porque toda la creación aguarda en tu misericordia. Sin esperanza en la misericordia esta vida no tendría sentido.

Creo, Señor, en la resurrección, en esa vida que nos ofreces desde ahora. Quiero vivir, en ti, como persona resucitada. La persona de espíritu resucitado, desde ahora, se ejercita en la desapropiación de todo lo carnal y transitorio. Por eso, recuerda el Evangelio, que más allá, no habrá lazos ni vínculos matrimoniales. Porque la única unión válida y verdadera será aquella que nos permita contemplar tu rostro, y unirnos al coro de los ángeles cantando santo, santo, santo, en tu presencia que atrae dulcemente todo ser con aliento.

Me pregunto, en el silencio de mi oración, si estoy viviendo y sirviendo con esta visión de futuro y trascendencia. ¿Será que tengo vergüenza de hablar de vida eterna? ¿Me da temor el rechazo porque me consideren una persona anticuada, fuera de moda? Pues deseo, Señor, que tu promesa sea mi moda permanente. Y que pueda conservar, en tu Nombre, la fuerza del Espíritu, el amor, y el buen juicio. Dios, tú eres Dios de vivos y en ti, quiero vivir para siempre. Yo sé, Señor, de quien me he fiado.

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