MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY: 28/6/24 (Mt 8,1-4).

JESÚS: FUENTE DE SANACIÓN

El evangelio del día presenta a Jesús bajando del monte, seguido por mucha gente. En esto, se le acerca un leproso. Detente en la imagen de Jesús bajando para que el otro, enfermo, tenga acceso a Él, fuente de sanación.

El doliente, en el pasaje, tiene experiencia de ser burlado y marginado, de andar por las periferias asumiendo su realidad. Sin embargo, vence todo prejuicio y sin rodeos corta distancia y llega hasta Jesús, arrodillándose. Una vez posicionado su cuerpo y su corazón, sabiendo ante quién está, le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.

En la escuela de este personaje sufriente, tú y yo aprendemos. No sufras en soledad. Procura la sanación y la salvación mientras sea posible. Identifica los males que te aquejan y te cercan. Busca a Jesús; reconócelo como tu Señor, póstrate en humildad, y háblale al corazón. Desahoga tus necesidades. Él no escucha por curiosidad. Escucha por compasión. No tengas miedo. Ponle nombre a tu vergüenza. Y, respetando su libertad y su voluntad, pide lo que necesitas con esperanza y sencillez.

El Reino que viene con Jesús tú lo puedes experimentar en tu propia piel. En ese momento cuando Él te corresponde. Si, como el leproso del pasaje, quieres quedar limpio, el Señor te demuestra, en su misericordia, que Él también lo desea; y da un paso más, extiende la mano y te alcanza. Déjate alcanzar y tocar por las manos de Jesús, como lo hizo el leproso. Si de otras personas tenías que esconderte, con Él has de exponerte de manera transparente y sincera.

Jesús, en este pasaje, también te da numerosas enseñanzas: no le huyas al necesitado que busca consuelo en ti. El Señor te demuestra que no necesitas saber ni el nombre de la otra persona para hacerle el bien. Te invita a detenerte en el camino con el otro y a escucharle. Luego de la escucha viene el compromiso. El Señor te dice que la persona, cuando se encuentra contigo, ha de marcharse diferente, con más vida y liberación. El Señor te educa en la prudencia de las obras de misericordia. En el pasaje, le dice al enfermo: “no se lo digas a nadie”; y lo instruye en el deber correspondiente como acción de gracias ante el Señor según las normas judías. Jesús no procura que le citen los milagros, sencillamente desea que cada persona sea testigo del Reino de Dios, crea y se salve.

Hagamos algunas preguntas que nos permitan reflexionar: ¿Tú sales al encuentro del Señor? ¿Te acercas a Él con la confianza necesaria de que serás acogido? ¿Le reconoces, Señor? ¿Te postras en cuerpo y corazón ante Él? ¿Le pones nombre ante el Señor, a las “lepras” que te hacen sufrir? ¿Por qué no necesitas tener vergüenza ante Él? ¿Por qué el enfermo, en el pasaje, tiene la delicadeza de decirle al Señor, “si quieres puedes limpiarme”? Y si el Señor te dejara saber a ti, que esperes un poco más con tus quebrantos, ¿dejarías de confiar? ¿Una vez que recibes el favor del Señor cómo lo conservas en tu memoria; qué actitud de vida asumes? ¿Tú quieres el querer del Señor para ti? ¿Cómo reaccionas ante el que se te acerca buscando consuelo?

Señor, gracias por la confianza que me das para acercarme a ti y hablarte de mis cosas. Hoy también te hablo de los males que aquejan al mundo. De las lepras existenciales que lastiman a la humanidad. En este contexto de tanta indiferencia, que me duela, Señor, los agonizantes de sentido y de esperanza que andan buscando refugio y acogida. Que pueda ver en ti, Señor, esa fuente inagotable de vida y esperanza, donde todos y todas podamos sumergirnos por siempre.

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